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21.8.12



El 7 de Agosto, la muerte tocó la puerta de Anna Piaggi quién, despojada de sus extrafalarios atuendos, se encontraba en la soledad de su calurosa casa italiana. Con su partida, muchos declaran que ha muerto, en definitiva, la moda.

Si Anna Piaggi hubiera vivido en Colombia  o en algún país de LatinoAmerica y se paseara por sus calles, probablemente sería confundida como una anciana con demencia senil: perdida entre los edificios, mirando al cielo, vestida en harapos pintorescos que luciría con orgullo ante los condescendientes transeúntes; como si en su cabeza, su persona fuera un personaje histórico de la realeza; pensamiento que se contradeciría, con un rostro maquillado de forma tan ingenua, que sólo reflejaría la candidez de una ávida mente infantil.

A cualquier europeo le pudo haber pasado lo mismo si se la encontrase en la calle ataviada en sus enormes trapos siempre coloridos, sosteniendo su característico bastón y desconociera su persona: ''una viejita loca'' u ''otra excéntrica más'', dirían; ignorando que en realidad, Anna Piaggi sí era de la realeza, al menos en el mundo la moda y para ella misma, considerándose ''un nuevo tipo de reina'' enamorada del poder y estilo que posee la ropa la que ella vestía para ser más precisos. No era de sangre azul, pero su característico mechón, de ése color, que solía cubrir el ojo inquisitivo y pintorreteado con el que juzgaba las colecciones de los diseñadores nos hacía pensar que sí. Su asistencia en algún desfile, se convertía en aceptación inmediata del diseñador al celoso círculo puesto que, era su presencia, la que representaba la consagración del creador. Su colaboración con la revista 'Vogue Italia' desde los 80's, donde analizaba y enseñaba los orígenes de las colecciones de cada temporada en su exclusiva 'doppie pagine' (doble página), se convertiría en un régimen imprescindible con cada edición al igual que las colaboraciones editoriales con grandes diseñadores, entre esos, Karl Lagerlfeld, su gran amigo y confidente y Manolo Blahnik con quién mantuvo una estrecha amistad y le describió como ''la única autoridad en vestido que quedaba en el mundo'' dejando claro, su poderío e influencia inherente e irrevocable en el mundo de la moda.

Muchos ignoraban esto. Muchos. Entre esos, los auto-proclamados ''fashionistas'' ignoraban todo el legado de esta irreverente mujer que una vez cortó su cabello para hacer de su cabeza, un lienzo para el sombrerero, Stephen Jones, alegando que ''los sombreros son como halos de felicidad''; accesorios que usó, hasta sus últimos días. Muchos ignoraron también que a Anna le han dedicado exhibiciones retrospectivas presentando más de 2500 prendas que tenía en su haber. Muchos lo ignoraron porque su legado, más allá de su vestir, no era muy conocido. Aunque para nadie que recorriera las páginas de una revista o las páginas de moda en internet, la graciosa cara de Piaggi resultaba extraña, pues estaba en todas los eventos y desfiles de cabecera, para muchos, resultaba siendo aquella anciana con demencia senil de rubor naranja que, gracias a su nombre y lo que hizo en otrora, mantuvo acceso a cualquier desfile que deseara asistir.

Y era muy fácil asumirlo. Junto a Diana Vreeland e Isabella Blow, no se conocía a otra mujer tan auténticamente excesiva en su totalidad como lo fue Anna Piaggi y aún cuando el adjetivo ''llamativo'' se queda corto ante ella cuya naturaleza fue siempre ser superficial su persona no lo parecía ser tanto. Era de hecho, todo lo contrario: se le veía sólo en eventos de renombre; ofrecía entrevistas cuando lo consideraba necesario, no se manejaba en redes sociales y parecía una detractora del fenómeno informático pues hasta su muerte, le fue fiel a su máquina de escribir Olivetti de color rojo carmesí. Alejada abismalmente del resto de editores quienes parecen inmersos en las nuevas tecnologías y hambrientos de seguidores, Piaggi era entonces, una total desconocida. Poderosa, sí, pero desconocida y olvidada por los emergentes adeptos al fenómeno fashion. Ó al menos lo fue, hasta su deceso.

Stefano Gabbana fue el primero en anunciar la muerte de la editora, vía 'Twitter' y fue entonces cuando el mundo volcó los ojos ante la magnificencia que representaba Piaggi. Las condolencias no cesaron por parte de los que la conocían y los fashionistas a la par que de seguro poco saben de ella lloraron entre silenciosos caracteres su partida, pero agradecían sus contribuciones al mundo; todos ignorando en realidad, la tristeza que rodeó su muerte.

Anna Piaggi murió en la soledad de su casa en Milán el 7 de Agosto, a causa de un paro cardíaco, probablemente por el excesivo calor que hacía en la ciudad (uno de los veranos más calientes de Italia) un día después de haber rechazado la invitación de su hermano, a irse de vacaciones con él y su familia por no sentirse bien. Fue encontrada por su asistente después de haber tocado insistentemente y, al no recibir respuesta, se vió en la necesidad de llamar a la policía quien forzando la cerradura, encontró a Piaggi tirada en el suelo. Al no presentar signos vitales, no hubo necesidad de llamar una ambulancia. Anna Piaggi había muerto.

Un pequeño servicio funeral fue llevado a cabo el jueves. Alrededor de 90 personas asistieron, entre ellos miembros de la familia, unos cuantos periodistas y personas que vivían cerca y le conocían. Ningún diseñador, nisiquiera italiano, estuvo presente pues eran vacaciones y todos parecían estar ocupados. Por eso nada se comenta del funeral; ni figura en internet donde las imágenes se habrían filtrado en segundos— ni se muestra nada en los medios impresos porque, nadie que valiera la pena para plasmar en una revista, fue a darle el último adiós. Las despedidas se hicieron via twitter que es como parece enmendarse todo hoy en día y dejándola sola, perdida entre sus trapos y con sus ojos pintorreteados, esta vez cerrados y apuntando al cielo azul como su cabello, Anna fue ignorada como se ingoraría a una anciana con demencial senil: con una sonrisa lastimera.

13.8.12

(Jean-Paul Goude)

En el 2000, Maria Isabel Urritia se alzaba con la medalla de oro en halterofilia en las Olimpiadas de Sydney. La primera para Colombia en toda la historia, en cualquier categoría. Doce años más tarde, el oro ha sido para Mariana Pajón en la categoría de BMX.

Han sido doce largos años, treinta olimpiadas y sólo dos triunfos de oro para Colombia; una cifra que, aunque un poco desfavorecedora para un país que simula defender el deporte en actitudes prosopopéyicas, alenta a nuevas generaciones a desarrollar sus destrezas en las "llamativas" áreas culturales que van tomando fuerza en el país poco a poco.

A partir de estos logros, el futbol, por ejemplo, deporte y opio del 90% de los colombianos, con inversiones estratosféricas en jugadores y directores técnicos —cuyos resultados en la cancha provocan enterrarse de cabeza— ha logrado ser cuestionado por los hinchas que portan con orgullo las camisetas de sus equipos, al atestiguar resultados de deportistas colombianos que se destacaron en categorías como el salto triple, ciclismo, levantamiento de pesas, judo, taekwondo y lucha durante las Olimpiadas realizadas en Londres de este año. Pero, más allá de la alegría de haber conseguido 8 medallas en los antes mencionados, queda también una especie de insatisfacción por no haber conseguido más preseas doradas para el país. Y es muy normal que pase debido a diferentes factores que, al igual que en un podio, se ubican en un mismo pedestal de mayor a menor.

El dinero, se alza con el oro como principal factor de todo este disgusto, ya que los patrocinios por parte del estado no existen; obstaculizando, traslados, viáticos y sueños deportivos. Uno se haría de la vista gorda y contradeciría esto diciendo que los patrocinios existen si hay talento pero, es común ver grupos de porristas frente a un semáforo, haciendo ''maromas'' bajo el inclemente sol y mendigando dinero a los conductores, para la confección de uniformes o para poder pagarse el traslado a algún evento, en otra ciudad. Y eso es sólo un mínimo ejemplo. Durante las Olimpiadas, fue una total pena que casi todos los deportistas de Colombia, se vieran en la triste obligación de devolverse al no tener el dinero suficiente para costear su estadía hasta la clausura; apagando, no sólo el sueño de ver cómo la llama olímpica se extinguía, sino también, generando frustración, en los que esperan llegar a algún olímpico y deban repetir el infortunio. De todas formas, el dinero no puede ser la única determinante, porque una vez empiecen a surgir nuevos talentos, la presión por patrocinios aumentará y la competencia directa del pueblo va a ser el gobierno, su único contrincante.

Pero la competencia no debería ser sólo con el gobierno —a quien es muy fácil echarle el agua sucia, por toda esta tragedia de magnitud olímpica— sino entre nosotros. Sí. Precisamente, una de las principales razones por las que el estado no ejerce ningún tipo de interés económico por actividades culturales, es porque el pueblo no ha generado un espíritu que fomente las mismas. La actitud competitiva en Colombia no se promueve porque para algunos, no tiene caso si se va a seguir viviendo en la misma mierda; manteniendo un negativismo palpable, que podría ser disipado con actividades físicas así como las Olimpiadas, en sus inicios, buscaron dirmir conflictos entre naciones a través de una fiesta deportiva.
La responsabilidad de ésta falta de actitud competitiva recae en los padres y profesores escolares, quienes deben estimular las mentes de los niños desde temprana edad, inculcando valores de constancia, esfuerzo y sobretodo disciplina, si queremos más campeones. La promoción de la sana competencia, la existencia de modelos a seguir que se conviertan en héroes y records por superar, incitaría al anhelo competitivo que debe, en primera instancia, ser llevado a cabo entre el pueblo porque, si no competimos contra nosotros mismos, ¿cómo vamos a sentirnos a la par de los de afuera? Colombia necesita más records y más héroes.

Conseguirlo tomaría tiempo, pero es posible. Colombia, con sólo 202 años como nación independiente, es un país relativamente nuevo, con una cultura que centra sus bases precisamente en la ausencia de la misma: son pocas las personas que se interesan por éste tipo de actividades deportivas o de cualquier índole, porque vivimos en una mezcolanza cultural plagada de influencias ajenas desde que nos colonizaron —e irónicamente, se llevaron nuestro oro escondiéndole en excusas religiosas—. Entonces somos muchas cosas y al tiempo nada, haciendo dificil estar a la par del resto de paises no sólo en deporte; faltan más medallas de oro en salud, tecnología, arte, moda, política etc. si queremos competir con los de afuera, porque mientras que Colombia cree que hacer ''bulla sociopolítica'' por Facebook, es fomentar a una revolución cultural, ellos han pasado por las suyas desde hace cientos de años; porque mientras que en Colombia se suele decidir a qué dedicarse a los 16 años o es, a esa edad, que apenas estamos moldeando nuestro identidad, los de afuera lo tienen claro desde los 6 años y comienzan a trabajar en ello, cargando consigo un bagaje mucho más extenso y mucho más competitivo que el nuestro.

Eso sí, cuando un fenómeno genera en el país un boom mediático y se convierte en ''furor'' —sobretodo cuando se trata de algo parcialmente desconocido— los colombianos intentan sacarle el jugo al máximo y empiezan a entrenar a los futuros campeones. Las inscripciones para el BMX, por ejemplo, ya presentan un incremento. Los padres quieren más Marianas para Colombia. Y, aunque es una actitud tierna, suele ser momentánea para algunos, por los factores antes mencionados: costearlo por años, conseguir contendientes dignos, mantener la disciplina y no hacerlo por ser la ''fiebre'' del momento, porque hay que ser honestos si se quiere cambiar: aunque Colombia aplauda las 8 medallas de los 8 revolucionarios culturales, es un país que devora tendencias a gran velocidad y tristemente las olvida en tiempo record.
 
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