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18.2.13























Marc Jacobs no ha sido nunca santo de mi devoción pero, su última entrega para su homónima firma, ha sido el rayo de luz que nunca había avistado en alguna de sus colecciones.

Primero hay que reconocer que la colección no tiene nada nuevo. Por el contrario, ha resultado siendo un potpourrí y reminisencias de previas pero con una reinvención mucho más sofisticada, prolija y conceptual. Jacobs lo sabía y lo expresó —en pijamas—, explicando que sería "ropa simple".  Y efectivamente, Marc, sabe que en los tiempos en los que vivimos no se puede arriesgar a crear colecciones osadas y aguerridas porque no se está en condiciones, ni económicas ni climáticas para su disfrute como en otrora.

Su presentación, llevada a cabo el pasado jueves, se basaba en la instalación del artista danés Olafur Eliasson, "The Weather Project" disponiendo una enorme esfera que despedía una luz amarillenta, simulando ser el sol, sobre una pasarela en forma de plataforma circular también, mientras las clonadas modelos caminaban alrededor, como entes monocromáticos.

La luz —del Sol— fue el principal protagonista de esta maravillosa puesta en escena, no sólo por afectar a los invitados quienes, sin siquiera pensarlo, no se despojaron de sus oscuros lentes durante todo el show; además de sentirse incómodos por lo feo que la luz hacía verles: desde el color de sus pieles, hasta las sombras duras proyectadas sobre sus rostros sino por apropiarse de todo el recinto magnificando su poderío y matando cualquier color que osara desafiarle, haciendo difícil el reconocimiento cromático de algún pase.

No sé si Marc, con esto, buscaba hacer una declaración que tapara un poco la simpleza de sus prendas, pero ciertamente tenía como propósito la reflexión.

En la colección de Jacobs, el Sol —que no sólo hacía de protagonista sino de antagonista— obligaba a las modelos a desprenderse de sus prendas inferiores, haciéndolas caminar en la pasarela en minishorts que simulan ropa interior. Esta vez la intención de andar sin pantalones no era de control, poder o libertad, como pasó una vez con los pantalones del Señor Yves Saint Laurent, era completa necesidad.

Pero las necesidades no sólo físicas, sino emocionales hicieron que sus mujeres, afectadas por el inclemente sol, entraran en un estado de paranoia que les hacía cargar sus bolsos con fervor y con temor a que algo les suceda que lo apretaban contra su cuerpo, contradiciendo la indiferencia absoluta en la que estaban sumidas, pues prefieren vestir todo el día en pijamas ya que el calor soporífero es tal que sólo provoca pereza; sólo provoca dormir.

La mujer de Jacobs, la fiera New Yorkina de la jungla de concreto, heredera o esposa de magnate teme, no sólo del sol, ni de la moribunda tierra, sino de su economía pues va en declive cada vez más y su recorte no sólo en sus cuentas, sino también en sus prendas es cada vez más notoria. Las clases sociales cada vez se hacen más borrosas y el sol, iluminando por igual, diluye cualquier diferenciación. Por lo que ella tiene que pensar en sus bienes y a la par de sus maridos: seria y monocromática comienza a pensar como hombre y a reflejarlo en su apariencia, que si bien es masculina, no pierde su brillo ni femineidad.

Ellas son sobrevivientes. Sombrías y poderosas. No sólo son sobrevivientes de las crisis económicas, sino de la crisis climática: aunque les toque usar vestidos sintéticos, al final del día se enfundan en animales muertos, sea en estolas o abrigos; con ojos desorbitados de peluche o reales; a ellas no les importa, mientras sean pieles reales, ni que estén en vía de extinción porque ellas saben que en tiempos de crisis, sobrevive el la más fuerte.

 
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